Editor: Este artículo se publicó en junio en la 2ª edición de "Formación Artistica" publicada por la revista Godot.
Hay una cosa en la que todo el mundo puede estar de acuerdo: ser actor es difícil. Claro que, desde las gradas, parece fácil (y debería por el bien del público), pero lo que ningún espectador ve es todo el trabajo duro que está detrás. Sólo después de muchas horas dedicadas a memorizar el texto; después de semanas o meses de cometer errores y a veces acertar en los ensayos; y después de días de poner los toques finales a la iluminación, el vestuario y la puesta en escena, el público llega, finalmente, a apreciar esta visión concreta de nuestro mundo que es la obra de teatro. Sin embargo, a pesar de todo ese trabajo, el objetivo es crear la ilusión de que todo está sucediendo como si fuera la primera vez.
Tampoco el aquí y ahora de la actuación es algo fácil para el actor. El acuerdo que tienen los actores con el público es que no hay accidentes, nada es por casualidad, y que todo, el más mínimo gesto, el tono y el ritmo de la voz, está lleno de significado. Sintiéndose bajo el microscopio, el actor sufre una sobrecarga de energía, unos nervios que se escapan y que pueden llevar a una parálisis o incluso a un movimiento inconsciente que traiciona sus mejores intenciones. El arte del actor está en cómo uno puede canalizar este poder radiante en una expresión artística clara, articulada y a menudo sutil. Para eso el actor necesita una técnica, y quizás haya tantas técnicas como actores, pero existen algunas básicas que tratan de controlar la energía, y a través de su irradiación establecer el contexto de una experiencia compartida que es el evento teatral.
Otro problema que tienen los actores está en todo ese tiempo que pasa entre un proyecto y el próximo. Cuando termina un proyecto, el actor deja la comunidad íntima y unida establecida y, una vez más, se encuentra muy solitario. Sin trabajo y sin dinero parece que el único recurso que tiene durante estos momentos es el de esperar. Pero eso es lo contrario de lo que necesita hacer, porque los actores saben, sobre todo, entrar en acción y esta pasividad se siente como un paso hacia atrás. Lo cierto es que el actor tiene que mantenerse en forma, seguir mejorando su artesanía y, tal vez, crear sus propias oportunidades de trabajo.
Para hacer frente a estos problemas, en septiembre de 2011, formé con otras tres personas, la Asociación Vértico. Desde el principio queríamos crear un espacio de encuentro y una comunidad de colaboración para mantener y facilitar el entrenamiento del actor. A lo largo de estos dos primeros años hemos llevado a cabo más de 400 sesiones de entrenamiento y organizado 24 cursos y talleres monográficos. No ha sido nada fácil hacer todo esto sin subvenciones ni ayudas pero nuestra intención ha sido crear un nuevo modelo donde los socios sean a la vez los inversores y los benefactores de su propio proyecto. Hacemos lo posible para ofrecer actividades a precios asequibles y a pesar de las dificultades seguimos con nuestra idea de crear una comunidad de personas afines que creen en la necesidad de hacer teatro. Ahora Vértico está entrando en una nueva etapa donde también queremos empezar una investigación sobre técnicas de creación teatral y ofrecer oportunidades de residencias con el fin de estrenar nuevos proyectos.
Vértico está abierto a la participación de cualquier persona que sienta la necesidad de crecer como artista dentro una comunidad. Lo que pretendo hacer yo con estas palabras es animarte a dejar de esperar y a tomar las riendas de tu desarrollo personal y profesional. Ser buen actor sí es una cuestión de ‘talento’, pero el talento es resultado de mucho trabajo y experiencia. Como dijo Thomas Edison, “el genio consiste en un uno por ciento de inspiración y un noventa y nueve por ciento de sudor”. La formación e investigación continua, que nacen de una inquietud de querer entender en su profundidad la experiencia humana, son el verdadero precio del talento.